Hamlet
Parece algo pretencioso comentar una obra de teatro tan célebre como Hamlet, de la que sólo guardaba recuerdos retazos de alguna película en blanco y negro o de una obra de teatro televisiva en la que el príncipe danés aparecía con una calavera en la mano representando el "ser o no ser".
Pues bien, consciente de que quizá "había que leerla" me lancé a ello, pensando que sería un tocho que no ha resultado ser.
La historia comienza cuando el príncipe es avisado por el propio espectro de su padre del asesinato perpetrado contra él y de la usurpación del trono por su asesino. Este hecho ha sido además cometido con la connivencia de la madre de Hamlet, que se casa inmediatamente con el nuevo rey. Desde este momento, Hamlet debe vengarse matando al nuevo ocupante del trono, pero excluyendo a su madre de la venganza.
No le faltarán ocasiones al protagonista para cumplir con su cometido, pero Shakespeare dilata el desenlace y aprovecha para deslizar muchas reflexiones a lo largo de la obra. Entre ellas la importancia de ser fiel a uno mismo y la moderación en el comportamiento, en la despedida del cortesano Laertes a su hijo Polonio u otros pensamientos que la supuesta locura de Hamlet le llevan a expresar, como son el valor de la honradez, ("ser honrado , tal como va el mundo, es ser un hombre elegido entre dos mil") o el respeto a la vejez mientras comenta sus lecturas ("los viejos tienen la cara arrugada, los ojos destilando denso ámbar o goma de ciruelo, y que tienen una abundante falta de ingenio....creo que no es honrado haberlo puesto así en este lugar"). Tampoco se olvida el autor de despreciar sin tapujos los poderes establecidos, que al final serán comida de los mismos gusanos: “Vuestro gordo rey y vuestro flaco mendigo no son más que servicio variado, dos platos, pero para una misma mesa: ese es el final”.
En el monólogo del “Ser o no ser”, el peso de la conciencia y el temor al más allá, se convierte en causa del atraso del propósito de Hamlet de obedecer al espectro del antiguo rey: “la conciencia nos hace cobardes a todos, y el colorido natural de la resolución queda debilitado por la pálida cobertura de la preocupación”. Este monólogo carga contra maltratadores, orgullosos, poderosos o viciosos y lo hace interesante, puesto que nos hace notar que la naturaleza humana no ha variado nada en los siglos que nos separan de su escritura.
Por último comentario a la obra, aunque no por última pretendida enseñanza en ella, me gustaría destacaros como debe ser una buena interpretación teatral según el príncipe Hamlet, o sea, Shakespeare: “Acomoda la acción a la palabra, la palabra a la acción, con este cuidado especial: que no rebases la moderación de la naturaleza, pues cualquier cosa que así se exagere, se aparta del propósito del teatro, cuyo fin, al principio y ahora, era y es, por decirlo así, sostener el espejo a la Naturaleza, mostrando a la virtud su propia figura, al vicio su propia imagen, y a la época y al conjunto del tiempo su forma y huella. Ahora, si esto se exagera, o sale a duras penas, aunque haga reír a los inexpertos, no puede dejar de molestar a los juiciosos…”.
En definitiva, no me ha parecido que el argumento sea lo que aporta genialidad a la obra, puesto que parece ser una adaptación de obras anteriores, pero sí las historias dentro de la historia. Da igual que conozcamos el final o el argumento, porque lo que merece la pena de esta lectura es su contenido.