El jardinero y la muerte. Gueorgui Gospodínov
En esta novela, el escritor
búlgaro habla de su padre, del proceso que rodea a su muerte y de todo lo que
va recordando de él mientras escribe. Anécdotas de su vida, su carácter, su
sentido del humor, su instinto de protección, y … su jardín, el territorio
propio en el que era feliz y que le había curado durante años de la enfermedad
que ya estaba latente.
“Su
ausencia pone en marcha toda la maquinaria de la memoria…para estar seguro de
que todo aquello fue real”.
Los primeros capítulos hablan
del proceso de la enfermedad: la impersonalidad del diagnóstico, el lenguaje
profesional confuso, los sentimientos del enfermo y de los familiares y las
esperanzas de todo tipo, como “volver a ver a su perro” o “llegar a oír de
nuevo el canto del cuco en primavera” Y de la tristeza y de la alegría de
disfrutar pequeños momentos.
“Papá,
estoy triste por el abuelo, pero también estoy triste por ti, porque tú estás
triste por tu padre”
“Ahora
puedo decir, por extraño que suene, que mientras estaba a su lado, sobre todo
cuando el dolor remitía, pensaba en lo bonito que era estar juntos”
Se escribe acerca de la
ausencia que lo llena todo y es el comienzo de una nueva vida sin el padre,
aunque el ritual funerario prepara al difunto para su camino y a los afligidos
para dicha ausencia.
“No
estará para recibirme en la puerta y darme un abrazo”; “primera no llamada por
teléfono por mi cumpleaños”
“En
fin, lo pasarán bien esta noche…toda la pandilla se reunirá de nuevo, como en
los viejos tiempos”
Y tampoco está exenta la
novela de reproches, tanto hacia Dios por haberse llevado al difunto como al
mismo fallecido por abandonar a los suyos. Reproches que también se dirigen a
los doctores, tanto por su pobre forma de comunicar las malas noticias como por
sus encogimientos de hombros ante las expectativas del enfermo.
Sin embargo, no es una novela
triste. Gospodínov recuerda en distintas anécdotas el legado de su padre. Su
forma de ver la vida, su instinto protector que duró hasta el final, su sentido
del humor, sus anhelos, sus enseñanzas y pone de manifiesto su orgullo de hijo.
El autor reivindica el papel del padre, ausente en la cultura universal, donde
al hombre se le atribuyen otras cualidades, apareciendo en tabernas, en busca
del vellocino de oro, ganando dinero, emigrando…pero raramente actuando como
padre.
Y lo hace citando la Iliada,
cuando Ulises, tras años de viajes, se presenta a su padre Laertes y le ha de
recordar aquello que incesantemente le daba para ser reconocido:
“Árboles frutales, vides y regalos sin fin,
que se renovaban cada año”.
O recordando actitudes que se
han impregnado en el propio autor y que por fin repara en ellas.
“El
bostezo de mi padre antes de acostarse”…”su manera de fumar”… “como apretaba
los labios cuando algo le apenaba”…”como se hundía en el jardín”…y “como por un
instante me vi como él”.
O manifestando su deseo de
llegar a ser como él:
“Si
algún día llego a formar parte de alguna escuela filosófica, me gustaría que
fuera la escuela invisible de mi padre, según la cual puedes percibir lo
sublime en una boñiga de búfalo”
Una novela muy bella. Recomendable
y sanadora para todos aquellos que tuvieron un buen padre, y quizá ilustrativa
y preparatoria para todos los que todavía lo tienen.
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