Eloisa está debajo de un almendro
Leer teatro supone un esfuerzo adicional de imaginación al menos para mí, puesto que la acción discurre en un escenario que hemos de representarnos en un recinto teatral. Ello supone "pensar" en la escenografía, en los vestuarios, en la idiosincrasia de los actores, en una época e incluso a veces...en una época distinta a la que pensó el autor, puesto que la obra, por su temática, puede ser intemporal.
Jardiel Poncela es además un autor de diálogos ágiles y no siempre fáciles de seguir, y en el caso de esta obra, tanto los variados personajes de los distintos actos como los complicados escenarios que el autor describe hace que nuestra mente se ponga a trabajar para "representarnos" la situación. Esa es una de las magias, a mi juicio, de la lectura de una obra de teatro, donde todos podemos ser actores, escenógrafos y diseñadores de vestuario en nuestra imaginación.
Y Eloisa está debajo de un almendro es, a mi parecer, sencillamente genial, lo que no quiere decir que a todos nos tenga que gustar, puesto que con frecuencia parece absurda: "¿ dónde irá a parar todo este embrollo?. También es irónica: "como en Madrid no se piropea en ningún sitio", realista: "sólo aguanto en esta casa por lo que gano" y nunca, hasta el final, sabremos que se esconde detrás de sus aparentemente encasillados personajes.
Me gusta especialmente la sensación creada por el autor, de compartir como lector o espectador de la obra algunas cosas que los mismos personajes no saben. Por otra parte, desde el principio hasta el final, la sonrisa ha acompañado a mi lectura.
La trama, el absurdo y esa constante sonrisa me recordado a muchas películas de Billy Wilder y a casi todas las que conozco de los Hermanos Marx. Sin duda, los años 40 y 50 del siglo pasado fue una época de humor inteligente, y Jardiel Poncela fue, en España, uno de sus máximos exponentes. Lástima que este país, en aquellos años...
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